Peines para una despeinada

El momento que da más miedo es justo antes de empezar. En adelante sólo puede ir a mejor

Escribir es mágico; es, en la misma medida que cualquier otra arte de creación, el agua de la vida. El agua es gratis. Así que bebe. Bebe y sacia tu sed.

Stephen King. Mientras escribo

Simón

Cerró la puerta de la habitación. Suspiró. 

«¡Uno más!»

Jana 

Se dejó caer sobre la cama. Estaba agotada. Había lanzado de un puntapié los puñeteros zapatos. ¡Le iban a salir juanetes! Todo el día con esos tacones de vértigo, acarreando su maleta, el portátil y el bolso que parecía una mala versión de la dimensión desconocida. «Estaba KO». 

Su móvil vibró. Era un mensaje de su jefe. «¿Aquel hombre nunca descansaba?» Llevaban todo el día trabajando y ahora ella iba a descansar. No le contestó. «Mañana sería otro día». Buscó un canal de música mientras recordaba el día y los resultados obtenidos. «¡Había sido un buen día!»

Se acercó al minibar y se sirvió una copa. «El tinto no era para dar saltos pero se dejaba beber». En el baño abrió los grifos de la enorme bañera, echó una generosa cantidad de gel y miró cómo la espuma iba subiendo hasta llenarlo todo hasta arriba. Se desvistió con la música de Keane de fondo. Puso un pie y lo sacó a toda velocidad mientras le daba al grifo de agua fría con toda potencia.

Volvió a probar la temperatura. «¡Ideal!»

Se sumergió lentamente con un suspiro de placer. Estuvo tanto rato que el agua se enfrió y sus dedos estaban arrugados. Se cubrió con el enorme albornoz y volvió a la habitación. Llenó de nuevo la copa aunque esta vez también cogió unos chips. Tendida en la cama empezó a zapear con el mando del televisor. No le apetecía conectar el ordenador ni siquiera para ver un capítulo de su serie favorita. Abrió la mesita y cogió el dossier que había dentro.

Las primeras líneas…

Quizás seas tú al que espero.

Quizás seas tú el que tenga el tiempo que deseo.

Quizás se cumplan mis anhelos.

Quizás…

Una bonita palabra llena de posibilidades y de ilusiones que no pierdo.

Quizás lo leas,

Quizás te guste,

Quizás me digas…

Quizás…

Sintió curiosidad. «¿Era un juego?» Empezó a leer.

                                                              

Simón

Sonrió a su vecina.

—¿Cuándo has llegado?

—Ahora mismo…

—Hijo ese trabajo te va a dejar para el arrastre. No paras de aquí para allá…

—¡Tengo que comer!

La anciana sonrió.

—Ay mi hijo y lo difícil que está todo. Ya tienes razón, que el trabajo es muy importante. ¿Sabes? He hecho pastel de zanahoria de ese que tanto te gusta.

—Gracias Juana—Simón le dio un beso en la mejilla—, luego me paso. Ahora voy a acercarme hasta la plaza que tengo un libro que quiero regalar.

—¿Regalan libros?

—¿No se ha enterado? Se trata de compartir libros…

—Uy tú ya sabes que yo lo de los libros…

Simón le sonrió conmovido.

—Luego me paso y si quiere le leo un rato.

La anciana sonrió.

Simón ya en su piso dejó la maleta y cogió el libro. Desde que supo del proyecto, quería participar y no con un libro cualquiera sino con EL LIBRO.

Ser comercial le pagaba los gastos aunque su vida eran las letras. Había renunciado a un trabajo mejor remunerado que le exigía total dedicación y ahora escribía a todas horas, en cualquier papel y últimamente le había cogido el gusto a las nuevas tecnologías, en el móvil y en la tableta, llenaba pantallas con miles de historias. No se arrepentía de su decisión aunque ningún éxito le acompañaba.

El niño solitario se convirtió en un adulto que seguía viviendo aventuras de la mano de los libros y de las historias que inventaba. Surcó mares, conoció piratas, vagabundos, nobles, aventureras, científicas, tiranos, nauseabundos seres, soñadores, buscadores y entusiastas de la libertad. Había recorrido el mundo de punta a punta y no una sino muchas veces tanto el que existía como el que no. Lloraba, reía, soñaba…

Creció deseando que fueran sus letras las que emocionaran a otros.

Escribía y acumulaba negativas. Su cuenta corriente estaba en números rojos pero vivía con poco.  Y seguía escribiendo preso de un ansía que era difícil de explicar. Necesitaba escribir. Si no escribía ¿Valía la pena vivir?

Su relación con los hoteles empezó con ese último puesto de comercial. Viajaba con frecuencia y empezó a dejar sus cuentos en las mesillas de cada habitación que ocupaba, siempre con el mismo encabezado y siempre con el mismo final.

Aún no había tenido suerte pero en cualquier hotel y en cualquier mesita podía estar esperando su lector.

                                                              

Jana

Abrió el correo electrónico.

Hola he leído tu Peines para una despeinada. Me ha encantado. Muchas gracias por hacerme pasar este buen momento.

Creo que deberías escribir una novela si no la tienes. Si lo has hecho, dime dónde puedo leerla. Y por favor no te rindas, sigue luchando por tus sueños

Tecleó la dirección: ilusionesdeescritor@gmail.com

Simón 

Llegó a la plaza, dejó su libro especial y con su nuevo libro volvió a casa. Le esperaba un correo que lo haría sonreír y un delicioso pastel de zanahoria. 

A Juana le iba a encantar el libro que le habían regalado. Cien años de Soledad.

La dedicatoria le pareció preciosa y supo que escribiría una historia.

Cuando me mudé de vida y de ciudad en el apartamento que alquilé, me esperaba una pequeña librería con un libro olvidado, era Cien años de soledad.. Mi nombre es Sol y sentí que, por fin, había llegado a casa.

Espero que lo disfrutes tanto como yo.