Lo primero fue su
olor. Aisló las notas de cítricos, la bergamota o la vainilla de su perfume y
se centró en el aroma de su piel, desnuda, sin más añadidos. Era el único que le
interesaba. Auténtico, cálido, lleno de deseo aunque seguramente ella ni lo sabía.
Javier disfrutó de esos momentos en los que la mujer se movía cerca de él,
llenó sus pulmones para mantenerla lo más cerca posible.
Ella se alejó dejando atrás la canceladora de billetes y una sutil estela de vainilla. Se acomodó varias filas detrás de él y cada vez que se movía le llegaban sutiles trazos
de su olor. Sentía palpitaciones intensas.
Escuchó la
vibración de un teléfono y lo siguiente, una voz, no una cualquiera, la suya. Era como la había imaginado, grave, llena de burbujitas de
aire y a ratos la acompañaba su risa, con tintineos como esos llamadores de ángeles que estaban tan
de moda entre las mujeres.
Ana la conductora
le preguntó si aquella mañana iba a otro lugar. Se levantó a toda prisa deseando
no parecer demasiado patoso. Bajó
y al arrancar el autobús sintió una sensación de tristeza.
Eran las 08.33.