Por
fin había conseguido que Gabriela le dejara llevarse al niño ese fin de semana
a Sevilla, los abuelos habían estado tan contentos y había jugado con sus
primos, esos que tanto le faltaban desde que se había separado de Gabi.
Estaba
agotado, Lucas era un terremoto. Era consciente de que estaba un poquitín
mimado y siempre acababa cediendo a sus deseos, como ahora sentado a ratos donde
no tocaba pero le sonreía con esa carita pecosa que tanto lo emocionaba y no
podía negarle nada.