Como cada día y a la misma hora
acabaron su paseo en las escaleras del parque, Manolo, Athos, Portos, Aramis y
Dartagnan miraban pasar a la gente, de tanto en tanto alguna carantoña o una
chuchería y seguían mirando. Dartagnan era el más joven y a veces no contenía sus impulsos cuando las palomas se acercaban pero el desinterés
de los otros apagaba sus ansias.
Manolo era el director de esa
pequeña orquesta de soledades, decidía el cómo y el cuándo y en ordenada
secuencia todos ejecutaban los mismos movimientos. Antes de que
el reloj tocara la media, se levantaban como accionados por un
resorte y se alejaban con pasos lentos. Sin palabras. Sin sonidos. Solo el paso
del tiempo.