22 de febrero de 2015

El fin del mundo...

Primero fueron las pequeñas grietas, la alertaron que era necesario prestar más atención.

El tiempo todo lo desgasta. Era imprescindible estar más pendiente, cuidar y mimar. Fueron indicios que la pusieron en alerta, algo pasaba. Era animosa y se dispuso a seguir.

“Seguro que no será nada”. Calma chicha como decían los marineros.

Poco después, ya identificaba temblores. Primero difíciles de admitir, después sin ninguna duda. La estructura se tambaleaba, de forma muy clara. Imposible negar las evidencias. Aún confiaba en que sus cimientos fueran sólidos y pudieran aguantar aquel vendaval que se acercaba, se dijo que estaban construidos con generosidad y amor.

Seguro que aguantan”.

Ya era plenamente consciente de que se avecinaba algo muy serio. En todos aquellos años no había habido nada igual, las señales eran incuestionables, la asustaban. A pesar de obstinarse en negar, todo estaba muy desgastado por el uso y por el descuido. Los roces, ahora se convertían en heridas. Todo rebotaba una y otra vez sin control. Subía de intensidad.
Dolía. Callaba.

Era difícil obviar tantas señales. Disimulaba, aunque lo peor era el silencio. Nada ni nadie hacía ningún ruido. Se había instalado un silencio opresivo que todo lo engullía. Se dio cuenta que hasta ella misma parecía caminar de puntillas, como si el bullicio fuera a ser el culpable de precipitarlo todo. Movimientos cautelosos y lentos.
Era escalofriante, el miedo ya se le había instalado en el cuerpo.
Sentía angustia y mucha tristeza. 
Ya no podía poner más contrafuertes en las ventanas ni apuntalar más vigas ni reparar más hendiduras. Se desconchaban las paredes y todo había adquirido un aire decrépito y decadente.

“Y venía y todo se acercaba”.


15 de febrero de 2015

Aquí y ahora, mañana está muy lejos.

Foto by Muntsa López
Mientras caminaba hacía la cafetería se sentía raro. 

“Por fin ha llegado el día, por fin.” 

No podía decir que estaba nervioso, pero sí, quizás un tanto inquieto.

Hace mucho que esperaba ese momento. 
Largos meses de palabras, llamadas, Skype, pensamientos, emociones a flor de piel…

Resultaba difícil explicar lo que había pasado, pero… es que había pasado. 
Había leído y escuchado cientos de artículos sobre el tema, películas y libros y todos alertaban del peligro de las relaciones por internet. Se insistía en que era un mundo donde las verdades y las mentiras entretejían líneas muy finas. Se inventaban historias, personajes, relaciones y hasta vidas que no existían. Fantasías y realidades. Perversiones y monstruos que, agazapados tras el anonimato o tras un avatar inventado, esperaban a inocentes que caían en sus manos.
Todo en la red podía ser mentira. Nada era casual ni inocente. Las personas mostraban su mejor cara y escondían su peor lado. Una foto no reflejaba el alma ni quizá los cientos de selfies que antes se habían intentado.  Todo en aras de mostrar ese aire casual, desenfadado, de una foto improvisada. Cada palabra espontánea, seguramente lo era todo menos dicha por casualidad. 
Era necesario desconfiar de lo desconocido. Era necesario no creer pero él creía.

Todo eso lo sabía. Sabía de lo oscuro que podía ser todo, pero… cuándo conocer, impide caer. Nada de lo que sabía, lo había preparado para colgarse perdidamente, para enamorarse como un niño, por internet.

“Linda”. Ese era el nombre por el que la había conocido. Detrás de Linda, estaba Ana María Vega. Una mujer mucho más normal de lo que le había parecido en los primeros contactos. Sus primeras veces había creído que era perfecta, tenía todo lo que él deseaba. Dulce, sexy y muy cariñosa y por supuesto, lejos de sus posibilidades. Ahora, después de enamorarse de ella, aún le parecía más maravillosa y mucho más lejana.
Ella era la responsable de horas y horas de charlas delante de un ordenador. De sus desvelos, de sus noches sin sueño. De no tener vida social, de solo pensar en volver a casa y chatear con ella. Todo eso, era ella.

Y hoy, por fin ella había decidido acceder a conocerse.

1 de febrero de 2015

Escapando del miedo



Corría.
Solo oía sus pasos y su respiración agitada.
Corría.  
Mucho y muy rápido, apenas avanzaba, pero sabía que estaba corriendo a toda velocidad. 
Angustiada. Quería ir mucho más deprisa. ¿Qué les pasaba a sus piernas? ¿Por qué no iban más deprisa?

Mientras trotaba miraba a su alrededor y nada veía. Sentía un miedo intenso. Una presión en su estómago, avisándole que era necesario volar más y más aprisa. Estaba ahí. Algo o alguien la estaban mirando.

-         “Corre Emma, corre.”

No podía ni gritar, su voz se ahogaba al intentar entrar aire en sus pulmones. Se agitaba, boqueaba como un pececillo fuera del agua, le quemaba el cuello y le dolía el pecho.  

Corría.

Lo sentía. Cada vez más cerca. Estaba ahí. No sabía quién era ni cuántos eran, pero estaban ahí escondidos, esperando a que ella se descubriera o dejara de correr tan rápido. Tenía que seguir corriendo.

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