Omar miró a través del ojo de buey, solo se veía aquella rugosa superficie,
llena de protuberancias que se extendían allá donde sus ojos alcanzaran a mirar.
Un paraje inhóspito, donde no se veía nada, ni un solo ser vegetal o animal,
excepto ellos y aquel polvillo gris que todo lo impregnaba.
Más lejos, diseminadas,
las construcciones de la base que hacía meses habían empezado a construir y
algún que otro trabajador que se desplazaba, como un muñeco en su traje espacial,
de un lado a otro.