Ni el sexo, ni la edad ni la confesión ni
el partido político
pueden justificar el silencio de las injusticias.
Bertha
Pappenheim
Veía borrosas las letras del pequeño recuadro del periódico. Contuvo una primera arcada y por poco llegó al baño donde devolvió el
desayuno. Pálida enjuagó su boca y se remojó la cara con agua muy fría. Le
palpitaban las sienes. Se dejó caer hasta el suelo apoyándose en los fríos
azulejos, temblando mientras sus manos retorcían la toalla blanca.