Abrió los ojos al tiempo que sentía como le estallaban miles de cristales
en ellos. Su cabeza… ¡Dios cómo le dolía! Intentó moverse y todo su cuerpo se
quejó lastimado. ¿Dónde estaba? Con ojos cansados miró a su alrededor, ni idea
de dónde estaba. Cerca tres tipos dormidos, espatarrados y desnudos. No los
conocía. Un poco más lejos dos cuerpos más, parecían un chico y una chica. ¿Y
aquel antro? Empezaba a estar muy asustada.
— “¿Qué es lo que había hecho?”
Se incorporó con mucho cuidado, quejosa, sin hacer ruido para que nadie se
despertara. Sólo quería salir de allí, largarse a toda prisa. Se miró desnuda,
pegajosa y sucia. Le dolía todo el cuerpo. A su alrededor vio algunos
envoltorios de preservativos rotos… ¡Qué asco! Más allá los usados, tirados por
el suelo. Empezó a rezar todo lo que sabía, suplicando porque le hubiera
quedado algo de prudencia. No conseguía recordar que había pasado pero su sexo entumecido le indicaba que había estado
follando y no quería ni pensar ni con quién ni cómo lo había hecho. Suplicaba
porque en medio de su inconsciencia le hubiera quedado algo de cordura, solo le
faltaba pillar una enfermedad de transmisión sexual o peor quedarse preñada de
cualquier energúmeno con los que había follado. No se engañaba, no recordaba
nada, pero en aquella habitación había rastros más que evidentes de sexo y
descontrol.