Dichosa, así se veía en ese instante. Era la culminación en su vida,
para lo que una se preparaba casi sin darse cuenta.
“Era como debía ser”. Esos largos meses
los había dedicado a imaginar cómo sería su existencia a partir de ese momento. ¿Cambiaría
su vida? No había ninguna duda. Lo haría.
Le preocupaba el desenlace. Un poco
o quizá un mucho, no quería pensar ya que la asustaba. Sabía que en función de lo
que pasara, su vida sería mejor o peor, pero no quería elucubrar sobre eso. ¡Aún
no! En sus oídos, sin escucharlas, seguían las voces y rezos arraigados en años
de uso de su madre, la abuela y quizás también las de su suegra.
Vivía en una sociedad moderna aunque para ellos nada hubiera cambiado. Se
sabía conservadora, amaba a los suyos y no quería decepcionarlos. Pero, muchas
de sus creencias no las comprendía e incluso había algunas de las que dudaba o
rechazaba, pero nada decía. Intentaba llevarse
lo mejor posible con el allí y el aquí, no quería ambivalencias que los
hicieran sufrir ni a ella ni a los suyos, odiaba las desavenencias que no
llevaban a nada, le desagradaban las rivalidades y desafíos sobre cosas que no
sabía. A ella le gustaba tender puentes y unir
espacios, no añadir lejanía. En su rostro, el anhelo de quien lo único que busca
es la felicidad y la paz a su alrededor.
Se veía bien.
A pesar de los pesares y de no poder escoger, había escogido. Su pareja era
alguien a quien amaba, de su mismo mundo y del cual creía que poseía un juicio y
sensibilidad muy semejante a los suyos. No hablaban de según qué cosas, en
especial de las espinosas como sus creencias y educación. Sensibles, conocían
su mundo y lo que en nombre del radicalismo en él se hacía. Querían ser
distintos y vivir en un mundo sin miedos. Se amaban, era fácil quererlo a él,
era fácil amarla a ella. Dos seres puros que se habían rebelado en silencio,
creando su propio oasis.
Ahora, el próximo desenlace los llenaba de ilusión. Sabían que los
fantasmas revivían y se hallaban en máxima alerta. Sus familias no daban
opciones expresando muy claramente cuál había de ser el resultado si quería que
la consideraran una buena mujer. Ella apretaba los labios y nada decía, no
quería emponzoñarse ni sentir angustia por el próximo desenlace. Lo esperaba
feliz.
Y por fin había llegado. Su cuerpo preparado, la presión en su abdomen
endurecido la avisaba de cada nueva contracción. Respiraba pausada no queriendo
perder la calma.
Sin ninguna duda, era el momento. Su cara llena de dolor, esplendida y
apasionada. El tiempo se reducía entre gemidos agudos, cada vez más cerca y más
próximo. A su alrededor se afanaban las féminas de su familia. Iba a dar a luz en
casa. Los hospitales eran lugares, demasiado modernos, que no iban con ellos; plantearlo hubiera significado
una discusión. Oía sus voces cuando la ayudaban a empujar, como reían
alborozadas al ver la coronilla y por fin, como se abalanzaban para sacar el
cuerpo de su hijo.
Y sintió, intensa, la decepción inmediata que se extendió por la habitación.
Dolía.
Sabía el significado de ese silencio helado a pesar de los lloros de su
hija. Se la dieron de cualquier manera, ya no tenía valor. La miró, los ojitos de
la bebita fijos en ella, esas pequeñas manitas asiendo su dedo casi con miedo. Las
acarició dulce, mientras una rabia inmensa le subía desde muy profundo, no podía
pararla. Oprimía los labios, pero quería acallar esas odiosas voces que
susurraban sobre maldiciones y niñas.
¿Maldición?
—“Silencio — su grito apagó las conversaciones. — No hay nada malo en mi
hija, no es ni un ser inferior ni de segunda clase. Es preciosa. La quiero, vivirá
como un ser libre, con derechos y obligaciones y nadie, la denigrará ni
despreciará. ¡Nadie!
Las miradas desafiantes no la asustaban, sabía lo que quería y como la defendería.
Su marido entró, avanzando muy despacio y calmado, las besó dulcemente
envolviéndolas en un abrazo interminable.
Conxita
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Con este relato, quiero rendir mi particular homenaje a todas las madres capaces de enfrentarse a culturas y tradiciones absurdas que sólo crean desigualdades.
ResponderEliminarAún en pleno siglo XXI, hay culturas que siguen considerando inferiores a las mujeres, que el nacimiento de una niña se considera un desprestigio, una maldición o cualquier otro atropello contra las mujeres,
Hombres y mujeres, mujeres y hombres. Iguales.
¡Bien por tu relato!
ResponderEliminarMujeres fuertes son lo que le hace falta a este mundo tan enfermo. Mujeres que luchen por lo que los hombres no sabemos en gran mayoría apreciar: La vida.
Me consuela que el padre, en tu relato se haya decantado por el lado del amor y la protección. Eso nos deja en buen lugar. Pero tristemente en ciertas culturas, con ciertas tradiciones y religiones, el ser mujer es pecado, es ofensa es una desgracia.
¡Miedo! es lo que tenemos, a que nos arrebatéis lo que creemos que nos pertenece.Confusión es lo que sentimos cuando vemos desplegar tanto amor a vuestro alrededor...Y a la vez lo necesitamos tanto...
¿Porqué no somos capaces de romper las ataduras que nos ligan las ideas? Cambiar conceptos,actitudes y caminos.Propiciar encuentros, juntar manos y llamarnos de verdad:¡ Libertad.!
Y aceptaros de una vez por todas como compañeras, amigas, y generosas personas que sois capaces de dar tanto, que dais hasta la vida.
Un beso enorme y gracias por este relato con tanto sentimiento.
Gracias a ti por tus palabras y tu tiempo.
EliminarCreo que afortunadamente para las mujeres, muchos hombres están a la altura, nos veis como vuestras iguales y no os damos ningún miedo porque sencillamente nos complementamos pero desde la igualdad.
A pesar de eso, hay tanto por hacer. Aún, como tu dices y como los protagonistas de mi relato, hay sociedades que ven a la mujer como un ser inferior, de segunda, sin derechos y cometen toda clase de atropellos sobre ellas.
Espero que llegue un día en que se sepa apreciar a las mujeres en su esencia, que dejen de ser moneda de cambio ni las penalizadas en guerras y conflictos.
Sigo creyendo que es posible y a mi manera, sigo luchando por hacerlo posible.
Un abrazo y que tengas una feliz semana
Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarSaludos
Anónimo,
EliminarMuchas gracias por dedicar tu tiempo a leerme y por tus palabras.
Saluditos de lunes
Ufff... cuántas cosas, Conxita. Mujeres... hombres... Yo siempre prefiero hablar de personas, aunque sepa de la lucha de las mujeres y también de las sensibilidades de (algunos) hombres.
ResponderEliminarIguales, tú lo dices y con esa palabra me quedo: iguales.
Un abrazo
Gracias Ana por pasarte.
EliminarTienes razón, no importa el género sino lo que somos, personas iguales. Pero desgraciadamente, aún queda mucho camino por recorrer y aún hay culturas que crean desigualdades desde el momento del nacimiento. Quería poner mi granito de arena en denunciar este tipo de cosas y como los protagonistas de mi relato, decir basta.
Un abrazo
No solo tratas en tu relato la igualdad de niñas y niños, sino cualquiera de las desigualdades que hay en los seres humanos. Al menos eso es lo que sentía al leerlo.
ResponderEliminarBravo por la madre y el padre.
Saludos.
Gracias por tu opinión lavelablanca,
EliminarEstoy de acuerdo que el relato se puede aplicar a cualquiera de las desigualdades que hay en los seres humanos, da igual si se discrimina por género, por una discapacidad o por estar delgado o por tener un peso que no es el que dicta la sociedad.
Afortunadamente se van haciendo pasitos, lentos, incluso en sociedades donde están más enraizadas estas creencias que crean desigualdades y hay personas anónimas, como en el relato, que dicen basta. Se tiene que ser valiente para ir contra corriente.
Un saludo
Me ha gustado tu relato porque ha roto las expectativas que me había hecho sobre su desenlace según lo iba leyendo. Creas un magnífico suspense en el momento del nacimiento de la nena: ¿Está muerta?, ¿Habrá sido por no haber parido en un hospital?... ¡Ah, no, no era nada de eso! Ya te digo me ha parecido magnífico en todo. Bien escrito y denunciando unas tradiciones absurdas que aún persisten en muchos lugares.
ResponderEliminarUn beso
Muchas gracias Juan Carlos por tus amables palabras.
EliminarMe encanta que te haya sorprendido y no fuera lo que esperabas, de eso se trata, de mantener un poquito la intriga,
Como bien dices quería denunciar y expresar mi rechazo a todo aquello que en lugar de tender puentes, como dice la protagonista, aumenta las distancias.
Que tengas un feliz día.
Precioso, muy sentido y muy bien explicado. Muy bonito. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias María,
EliminarMe alegro que te haya gustado,
Un abrazo
Qué relato tan precioso, Conxita!! Me ha emocionado su contenido y me ha encantado la forma delicada y sensible en que lo has ido revelando.
ResponderEliminarLa igualdad siempre merece una defensa contundente, pero mucho más si corre a cargo de una madre por los derechos de su hija. Una pena que aún hoy en dia pasen este tipo de cosas...
Me ha encantado, me parece muy bueno, enhorabuena!!
Un fuerte abrazo, amiga!!
Muchas gracias Julia por esas palabras tan bonitas que me dices.
ResponderEliminarDefender los derechos de las personas, con independencia de su sexo, de su condición o estado físico, creo que es algo por lo que vale la pena luchar, siempre y he querido aportar mi granito denunciando hechos que siguen pasando en el siglo XXI.
Duele ver que las mujeres siempre acabamos pagando las inseguridades de los otros, a veces como en el relato con tradiciones absurdas y discriminaciones tempranas, otras con abusos o con violencias.
Un abrazo
Hola Conxita, acabo de aterrizar en tu blog y me encanta lo que escribes, son relatos muy interesantes, así que si no te importa me quedo en él y te invito si te apetece, a que pases por el mío.
ResponderEliminarUn abrazo.
Encantada de recibirte y de que hayas decidido quedarte. Muchas gracias.
ResponderEliminarEspero con ganas tus comentarios sobre mis relatos. Me encanta saber vuestras opiniones.
Me paso por tu blog.
Un saludo.