Asalto al castillo

La misión era sencilla, sólo colarse en el castillo, silenciar a los arqueros y bajar el puente levadizo, sus compañeros se encargarían del resto. Lo había dominado el orgullo, ya era uno de ellos. Era un gran escalador, no había pared que se le resistiese, con manos y pies parecía pegarse a las rocas. 

—  ¡Va a ser chupado!— le dijo a su jefe, el barbudo lo miró al tiempo que movía la cabeza y le decía que no lo dijera, que lo hiciera.

Después de semanas de asedio, el castillo seguía inaccesible. Los moradores estaban agotados, apenas sin provisiones. Cada día que pasaba hacía flaquear la moral en ambos bandos.

La misión le había parecido fácil, ahora su confianza había desaparecido. Corría y saltaba, pero sus perseguidores estaban cada vez más cerca, oía sus respiraciones enganchadas a su cogote.

—Mierda, tenía que ser fácil. 

En su rostro sudoroso, preocupación, ya no había ni un instante para hacerse el valiente. Ahora sólo pensaba en conseguir su objetivo y sobre todo, salvar la vida.  Saltó, esquivando una nueva andanada de flechas de la cornisa contraria. Todo jugaba en su contra. Su corazón latía alocado, aterrorizado, sólo era un chavalín. De reojo miró hacía las escaleras, parecían vacías, se lanzó a ellas tan aprisa que acabó liándose con las piernas y aterrizó en el suelo.

—Puto sitio.

Ahora trepaba, deslizándose entre muros. Esquivaba atacantes mientras seguía corriendo. Hasta ese momento la suerte lo había acompañado, ahora estaba bloqueado. Oía los gritos de los soldados, aullaban buscando su sangre, rabiosos por el asedio y él era el enemigo y estaba allí dentro.  Cualquier esperanza de salir con vida se había desvanecido, esperaba eso sí, llegar al puente.

Los intentos de derribar las enormes murallas no cesaban. Eso, enfurecía más a sus perseguidores, ya era una cuestión de honor pillarlo. Los ladridos guturales lo hicieron temblar. Habían soltado a los perros, lo iban a masacrar. Apretó los labios, no quería llorar.

—Voy a bajar ese maldito puente y os vamos a destrozar.

Las bravuconerías lo llenaron de determinación silenciando sus miedos. Inició una nueva carrera apresurada sin ruido. Miró a su alrededor, ahora ya reconocía el camino.  La torre central, según sus cálculos, ya estaba muy cerca. Ni rastro de sus perseguidores. 

Allí, sólo quedaban dos vigilantes, el primero sería fácil de silenciar, el otro… Le rebanó el cuello al primero, rápido y sin dudas, no dio la alerta, pero su estertor avisó al segundo que se abalanzó hacía él con su espada en la mano. El primer estoque lo hirió en el brazo, gimió al tiempo que se revolvía. Su sangre roja y caliente lo manchaba todo. Rodó sobre si, buscando protegerse mientras se acercaba a las cuerdas. 

¡No podía fallar!  Agarró la gruesa maroma y esquivó un nuevo ataque. No podía defenderse y cortarla. Se movió, intentó acorralar al vigía. No funcionó, el otro era más hábil, le acertó en las piernas y cayó al suelo. Gimiendo, se arrastró para llegar a la cuerda. Se desangraba y no cejaba en cortar, mientras su enemigo se acercaba. Exhaló un alarido mientras la espada lo ensartaba y sus dedos soltaron la cuerda.

“Game over”

    Roberto cabreado tiró el mando de la consola, lo había tenido y en el último instante, el muchacho la había cagado, miró en la pantalla los puntos conseguidos. No estaba mal. 

    "Asedio al castillo” era su juego favorito. Cerró  el aparato y se acostó en la cama. Mañana lo conseguiría.

Conxita

foto Unsplash Len de la Cruz

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