De
él decían que era un friki. Delgado,
extremadamente flaco y de un blanco casi translúcido. Su pobre madre le echaba
la culpa a la maldita consola y a las muchas horas pegado al ordenador, claro
que para ella siempre eran los culpables de todo. A lo largo de años, había
recibido pullas, bromitas estúpidas y toda clase de rechazos que había ignorado
pero que se habían quedado grabados como con fuego.
Los
primeros ordenadores que pirateó fueron los de aquellos que tanto se reían. ¡Eso sí había sido una buena fiesta! Antes
le dolía, ahora se burlaba desdeñoso. Convirtió
su pasión en su profesión. Curiosear en archivos ajenos, copiar datos y
contraseñas, venderlos, infectar redes, destrozar años de trabajo, provocar
daño y dolor. Todo lo prohibido le encantaba. Ninguna norma, solo las reglas
que él se imponía y esas eran casi ninguna. Era
difícil explicar el subidón de adrenalina cuando estaba dentro de cualquier
red. Esos primeros tanteos investigando el cómo entrar, ser mucho más hábil y
astuto y una vez dentro contemplar a sus gusanos engullendo datos, degenerando
archivos, volviendo loco a las máquinas. Entonces él era feliz. Sembrar el caos,
sentirse superior a todos aquellos paletos estirados que se creían a salvo con
estúpidos cortafuegos y antivirus desfasados. Y darse cuenta de que aún no
habían aprendido nada, copias de seguridad inexistentes o incluso en el mismo
ordenador, desfasadas, seguridad nula… Todo
lo infectaba y después con una cerveza en la mano esperaba las llamadas de
auxilio. Era
un buen negocio, más que el dinero que ya lo tenía lo excitante era
destruir por el gusto de hacerlo, tener ese inmenso poder de arrasar o
conservar. ¡Nunca
era benévolo! Empezaba a ser una leyenda y disfrutaba con ese éxito. Todo lo que la vida
no le había dado se lo daba la red. Eso en lugar de calmarlo despertaba su ego. ¡Quería
brillar! Y
esa vez iba a dejar huella. Habría un antes y un después de sus secuestros
exprés. Su última chaladura. Se pirraba por ponerlo en marcha.
La
música continuaba tronando mientras él seguía el ritmo con todo su cuerpo. Éxtasis. Eso sentía al
imaginar a su virus mutante. Empezaría de forma muy suave, igual que la música
que lo acompañaba. Gentileza de la casa, lo justo para alertar de una
presencia extraña en el ordenador. Bloqueos, datos incompletos, mensajes
extraños y un funcionamiento irregular y a continuación su mensaje, claro y
fácil: Pagas o te jodo. Soltó
una carcajada al tiempo que engullía un trago. Era genial. Pedir un rescate a cambió de no destruir. Dinero fácil. Esta vez no iría por los más
grandes, se conformaba con peces más chiquitos, más fáciles y desprotegidos:
despachos profesionales de economistas, abogados, analistas, pequeñas empresas,
consultorios médicos… Entre ellos, muchos de sus antiguos compañeros de clase. ¡Subidón! Bailaba mientras reía. Observar
las caras de esos capullos engreídos era mucho mejor que cualquier escena de
sexo. No lo necesitaba. Le ponía tanto ver el miedo en sus rostros, como
corrían a comprobar las copias de seguridad y el pánico al verlo todo
infectado. Sus insultos y palabrotas, las llamadas asustadas a los informáticos,
el sudor frío viendo desaparecer el trabajo de años, las absurdas amenazas. ¡Pobres
idiotas, lo hacían reír! Tenían
poco tiempo para decidir. Con cada duda, subiría su precio y en la pantalla a
modo de burla aparecería el famoso “truco o trato” y un reloj marcando los
segundos junto a un contador de euros. Sabrían exactamente cuánto costaban sus
vacilaciones. Si
pagaban rápido igual no lo destruía, pero eso no lo sabrían.
La
música iba en aumento, acelerando y acercando el desenlace, los graves del bajo
hacían temblar las paredes de su estudio. Ahora, sonrió, justo ahora estaba a
punto de llegar su parte favorita, ese solo de guitarra mientras sentía la desesperación de sus víctimas. Cada
intento fallido de solución lo hacía sentir más grande, era único, el
mejor. Informáticos y expertos, impotentes, ninguna solución parecía
aceptable.
Se
burló de nuevo. Ahora
subiría el volumen de la música, estridente a niveles casi dolorosos,
destrozando aún más los nervios agotados de sus víctimas.
¡Guau! Sonrío. Esa red había sido un filón, milllones de datos…Y… en el momento en
que los tambores empezaran a sonar…¡YA NO HABÍA TRATO!
Conxita
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by Unsplash Alicja Colon