Sara cerró los ojos al leer el nombre mientras notaba desagradables punzadas
en su estómago, la boca muy seca y el corazón a mil por hora.
¿Existían las casualidades?
De repente volvía a ser una niña en el patio de la escuela mirando al
grupito de aquellas que creía sus amigas y que ahora esquivas y distantes la
ninguneaban.
¡Cómo dolía!
Cuando tocaba el timbre anunciando el recreo siempre era la última en salir
de clase, le gustaba recoger sus cosas, guardarlas en el pupitre y colocar los
bolígrafos en el estuche con parsimonia hasta que los profesores la urgían a
salir del aula. Odiaba aquellas carreras a su alrededor, las camarillas en las
que no se sentía bienvenida, las risas y chanzas en las que no participaba y de
las que con más frecuencia de la que le gustaría parecía ser la protagonista.
Si
pudiera tener superpoderes se pediría ser invisible.