19 de enero de 2019

El club de los poetas muertos


Quiero que encuentren su propio camino

Dead Poets Society de KLEINBAUM, N.H.

Rosa dejó el libro sobre la mesa y se levantó. Sus articulaciones protestaron. «¡Estos huesos no me dan descanso!» El peor momento era por la mañana cuando se levantaba de la cama parecía una vieja que tuviera cien años, después ya iba doliendo menos. 

Cogió el papel de un rojo intenso con hojas de plata que había comprado para envolver su regalo. 

«¡Precioso! Será el marco perfecto».

Acarició el libro. «¡Cuántos recuerdos le traía!» Recordaba la emoción cuando lo había comprado y un instante después llegó la punzada de la decepción inmensa. «Sí, pasaban los años pero no se olvidaba».

5 de enero de 2019

De terapias, turistas, Karma y otros



Habían contratado una excursión para el fin de semana pero no admitían mascotas así que dejaron a Tanka[1]  en ese hotel, al menos así se vendían en las redes sociales. Cuando la recogieron estaba muy nerviosa y llena de espigas que la cuidadora, una hippie de largos cabellos blancos despeinados, no había retirado porque las plantitas eran naturales igual que retozar y tener sexo. La mujer les había sonreído mientras repetía lo libre que había sido la dulce Tanka solazándose por el campo
Laura y Sofía se miraron con dudas porque su perra odiaba ensuciarse, revolcarse entre las hierbas o pasear si llovía. Sofía dijo con toda la razón que ¡A esa hippie demodé lo que no le iba era cepillarla! 
Retirarle todas las espigas, desparasitarla, dejar su pelo reluciente y bien peinado les costó un par de días igual que intentar sanar esas patitas poco acostumbradas al campo, tan poco que una de ellas seguía con una herida que supuraba cada vez con peor aspecto.

Encontraron un veterinario cerca del apartamento alquilado. Al entrar el veterinario los recibió con una media sonrisa, apagó con desgana el cigarrillo. Vestía una túnica que en origen había sido blanca y ahora era de un color indefinido que parecía flotar igual que los cabellos largos muy rubios. Lo acompañaba una música de fondo New age[2] así como una combinación de incienso y marihuana. Todo en aquella isla recordaba la estética de los sesenta.
El hombre acarició a la perrita mientras movía sus manos alrededor del animal para acabar declamando con voz de tenor que «ese animal estaba sufriendo mucho».

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