La mano avanzaba, fría como el hielo y se detenía palpando de nuevo.
Toda
la angustia de la mujer se transmitía en esos dedos que se aproximaban,
retrocedían y volvían a insistir. Su temblor indicaba el terror que su dueña
padecía, la acompañaban suspiros trémulos que intentaba sofocar y lágrimas de
desesperación, apenas contenidas.
Y de nuevo, las manos se movían, cada vez más
rígidas y ateridas, como muertas por una angustia inmensa que anticipaba el
pavor y la desesperación que la acompañaba.
¡No podía ser!
Volvía a tocar, intentando negar en cada nueva pasada. Seguro que no era
nada, solo era una broma de mal gusto, otra más del puñetero destino.