El crujido de las ramas ensordecedor, las piñas encendidas saltan de un
lado a otro del bosque prendiendo nuevos sectores. Las llamas anaranjadas bailotean
dibujando grotescas figuras al tiempo que todo lo iluminan. Vislumbres de siluetas
de animales que corren despavoridos. De fondo, ruidos, quizá disparos. Terror y
enloquecida desbandada.
Unos
ojitos asustados…
El cervatillo corre acompañando a su madre, demasiado aterrorizado para
fijarse en nada. No sabe qué pasa, simplemente corre. Olfatea el miedo, el pavor
que todo lo impregna. Corre.
El horror había empezado horas antes. El bosque se había llenado de
estruendos y estallidos, su mundo había empezado a correr. Se añadió el olor
del fuego y el bosque había enloquecido. Todos huían. El joven ciervo y su
madre vuelan veloces, sus elegantes figuras buscan salidas. Sin aliento, parados
en un claro del monte, la cierva olfatea el aire intentado seguir la pista
correcta, temblorosa pero al tiempo decidida. El aire lleva briznas de ceniza y
desesperación.
-
“Mamá, tengo miedo”.