Lo reconocía, algunos decían de
ellos que eran una extraña familia, rara muy rara, que se había ido componiendo
según los vaivenes de la vida. Para ella, eran los suyos, solo ellos, sabían lo que le daban y cómo cada uno, con esas cualidades que
admiraba, hacía que fueran felices.
Marisa miró a Víctor, su compañero,
sentado en el sofá. Sintió una ternura inmensa por ese hombre grande y cariñoso
que la había acompañado, sin ninguna vacilación, en cada momento de su vida.