Todo vale

—Todo vale, consíguelo.

Martín salió con esa consigna mientras cabreado se repetía no quiero verme condicionado por mi entorno, quiero que mi entorno se vea condicionado por mí, ¡como si eso fuera tan fácil! Se le acababa el tiempo y, las ideas, si acaso las hubiera tenido, también. Llevaban días y días embarrancados en esa negociación en la que todos intentaban sacar tajada y ninguno cedía, aunque Martín había empezado a dudar sobre qué pastel era el que se repartían.

A él le había tocado encabezar esa misión, ufano y orgulloso, convencido de ser un nuevo salvador mientras traspasaba propuestas y escuchaba contrapropuestas. Las habían revisado una a una, las propias y las de ellos, no les sorprendieron, eran puro teatro, muy en el hoy por mí, mañana por ti. Desmontarlas y hacer como que se asumían, era una operación de maquillaje en toda regla, todo valía para llegar a sus poltronas.

—Le haré una oferta que no podrá rechazar—. Acabó de decirla y la frase ya chirriaba en sus propios oídos porque seguía sin encontrar la llave que abriera la caja de sus deseos. Se les acababa el tiempo y no lo conseguían pero todo valía, en eso estaba.

El otro negociador acaba de dejarlo descolocado:

—Sabes novato, hay tres maneras de hacer las cosas: bien, mal y como yo las hago.

De hecho seguían sin sumar, no podía rendirse ni pensaba hacerlo, le horrorizaba pensar en las carcajadas de sus compañeros de hemiciclo.

Y allí estaban, escenificando acuerdos y desacuerdos, redactando y rompiendo, acercándose y alejándose en un baile sin fin en el que solo importaba lo que importaba. Distraer, marear, ganar, ellos, aquellos y ellos más.

—Martín… Si nosotros queremos algo lo cogemos. Vivir de otra manera es impensable. La gente honrada que se mata en trabajos de mierda por unos sueldos de miseria, que va a trabajar en metro cada día y paga sus facturas está muerta, son unos gilipollas, no tienen agallas.

Y él se sentía uno de esos gilipollas porque aún tenía un sueldo de miseria pero atrás ya había dejado el metro y no, no iban a decir de él que no tenía audacia.

Sentado ante sus adversarios se repartieron lo que no tenían, hipotecaron futuros, despilfarraron oportunidades, recortaron y remataron lo que ya estaba moribundo, eso sí regado con sonrisas, los mejores mariscos y un buen caldo a costa del contribuyente.

—Ya está—. La sonrisa no le cabía en sí mientras hablaba con su jefe, lo que le habían pedido lo había cumplido.

Las máquinas del poder se movieron a toda velocidad y en escaso tiempo, todos estaban convocados. La sala estaba llena, la expectación al máximo. Prensa nacional y alguna extranjera, todos estaban allí, nadie quería perderse ese momento.

El gran gurú con su mejor cara que no la inteligente, declamaba con voz pastosa recién despertado de su siesta:

—Señores tenemos un acuerdo, es bueno para el país.

Martín lo escuchaba mientras seguía pensando en ese no es nada personal, son sólo negocios que le había soltado su adversario en la negociación. Su jefe de filas seguía hablando sin decir nada, la satisfacción en cada una de sus palabras.

Una vez acabada la rueda de prensa y cuando ya todos se alejaban hacía el restaurante en sus flamantes coches extranjeros conducidos por sus chóferes, Martín le echó una moneda al pedigüeño de la esquina, mientras se montaba en el automóvil que cerraba la comitiva, no le salían los números pero a nadie parecía importarle, a él tampoco. Le decían que eso era gobernar.