-
¿Sabes
quién soy?
La vehemencia con la que el hombre se dirigió a ella, la asustó.
Como otras
mañanas, al pasar lo había saludado, pero ahora estaba desconcertada y muy
nerviosa.
- ¿Sabes quién soy? ¿Me conoces? – volvió a
repetir el hombre mirándola fijamente.
En su cara se leía la desesperación, el temor y la angustia. Eso, estaba
asustando a Elena. Su intensidad, su miedo. Intentó no mostrarlo, que él no
notara nada. Tragó saliva antes de contestar
con suavidad.
- Sí claro, eres Javier.
La mujer sonrió, intentando aparentar una calma que no sentía.
Hacía unos
días había coincidido con aquel hombre en un semáforo, cerca de la escuela de
su hijo. Despistada como siempre, Elena lo saludó pensando que era uno de los padres
del colegio.
Inmediatamente, el hombre quiso seguir con la charla. La había parado y
cogiendo una de sus manos enguantadas, se presentó. Le dijo que se llamaba
Javier y que era vecino del barrio desde hacía muchos años.
En aquel momento, Elena
supo que había metido la pata y que no conocía a aquella persona de nada. Educada,
siguió contestando sus preguntas, mientras intentaba pensar cuál era la mejor
manera de recuperar la mano que le tenía cogida el hombre.
Era curioso pero no estaba asustada, nada en su actitud era amenazador.
Quizá era ese aire desvalido, esa impresión de sabio despistado, lo que fuera,
pero ella no tenía miedo del hombre. Una cierta benevolencia se le despertaba
ante aquel hombrecillo que charlaba, lento y pausado con una sonrisa tímida,
mientras seguía cogido a su guante rojo.
Elena se diría que estaba como hipnotizada por aquel guante rojo, que le
llamaba poderosamente la atención.
Era extraño.
Jamás hubiera permitido a un desconocido tocarla. En cambio, aquel hombre
se había apropiado de su mano y no parecía tener intención de soltarla.
Elena seguía mirando al hombre y a esa mano que no conseguía soltar, sin
ser brusca. Sentía una extraña mezcla de sentimientos, difíciles de definir.
Percibía la soledad extrema de aquel ser, sus ganas de hablar, su calidez
cuando lo dejaban. Irradiaba una ternura desmadejada, de una personilla que no
se sentía del todo bien. Eso, hacía que no quisiera ser maleducada y cortar
aquella conversación, que hacía ya mucho tiempo que no la llevaba a ningún
sitio.
No conseguía romper ese lazo, que en ese instante, había con esa
persona. Él percibía su calidez, ella sus temores.
Finalmente con una sonrisa dulce, aventuró una excusa, que resultó creíble,
hablando de su prisa para recoger a su hijo.
Javier pareció entenderla, satisfecha ya su curiosidad, soltó su mano
enguantada. Elena en aquel momento imaginó
sus manos dentro de sus guantes calentitas, mientras él no los llevaba y a
pesar del cuero que se había interpuesto entre ellos, supo que le había hecho
bien.
Se despidieron con una sonrisa, hasta hoy.
Eso había sido hacía unos días, quizá un par de semanas antes. Elena sabía
que no lo conocía pero sí, que le sonaba del barrio. Se había cruzado con él
muchas veces.
Aquella mañana, la actitud de Javier
la asustó. ¡Mucho! Aquel hombre estaba perdido y asustado y su vehemencia la
estaba atemorizando.
Necesitaba que ella lo reconociera. Que le dijera que existía, que era
alguien, que no se había equivocado, que él era Javier.
Elena leía la desesperación del hombre que necesitaba verse en la mirada de
otros, desconocidos o no, que quizá lo saludaban para intentar encontrarse.
La mujer se dio cuenta de que Javier sufría algún tipo de enfermedad
mental. Se había perdido en su mente e intentaba encontrarse en la mirada de
otros. A pesar de su temor, Elena intentó tranquilizarlo.
Javier sufría.
Sufría mucho porque por más que lo intentaba, no conseguía saber quién era.
Su soledad, la ausencia de personas de referencia, hacían que su miedo fuera
más intenso. No sabía a quién preguntar.
Aquella mañana se había despertado atemorizado, había salido ya de casa asustado. No
sabía quién era ni qué hacía en aquella casa ni en aquel barrio ni siquiera en
la ciudad. Había intentado moverse por las calles intentando reconocer algo,
intentando reconocerse y reconocer. En cada persona con la que se había
encontrado, había fijado su mirada intensa, asustando a muchos que veían su desesperación
y la esquivaban.
Aquel hombre sufría, sufría intensamente.
Y había llegado Elena, con su aire despistado y su andar despierto y de
pasada, lo había saludado.
Javier creyó morir de alegría. ¡Él existía!
Alguien
lo conocía.
Lo llamaban por un nombre.
Tenía un nombre.
Era alguien.
Ahora, intentaba despejar sus dudas. Acribillando en intensidad y con una
pregunta repetitiva a la mujer, que a pesar de su temor sólo le contestaba con
dulzura:
-
“Claro que te conozco, te llamas Javier y
vives en este barrio.”
Javier la miró, esbozo una sonrisa y sin apenas despedirse, siguió
avanzando a paso rápido, calle abajo. Elena oyó, a lo lejos como iba tarareando
una canción y a pesar del miedo que había pasado, se sintió bien.
Conxita
Foto Unsplash by Todd Quackenbush
Foto Unsplash by Todd Quackenbush
Código: 1412222819572
Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Hermosa historia y además muy bien escrita.
ResponderEliminarHermosa historia y además muy bien escrita.
ResponderEliminarBrenda, te agradezco tus palabras. Muchísimas gracias por tu tiempo y por tu comentario. Cada vez que e os gusta un relato, es como una caricia en el alma.
ResponderEliminarQue tengas un buen día.
Cuando nadie nos reconoce no existimos. Es un planteamiento que tiene su antagónico al suponer que en un estado mental amnésico o en el más triste del alzheimer no recordamos si fuimos o somos.
EliminarEstupendo relato que hace reflexionar.
Un abrazo Conxita
Agradezco tus comentarios Francisco. Justamente quería transmitir eso, el miedo del protagonista a no existir. Si no lo reconocen es que no es? no está? Si no nos ven, no existimos? y también el miedo que dan las enfermedades mentales..
EliminarMuchas gracias por tu tiempo
Saluditos
Hola Conxita, buen relato y con un fondo bastante interesante. Un par de observaciones: en algunos pasajes se hace reiterativo, cuando insistes en transmitir la angustia del hombre y el temor de ella... no por repetir cómo se sienten transmites que se sienten angustiados o atemorizados. Mejor mostrar cómo se sienten que decirlo.
ResponderEliminarLa segunda observación es una pregunta: si todo el relato está contado desde el punto de vista de Elena ¿por qué al final cambias al punto de vista del hombre? Aparte de ser una equivocación técnica, el relato quedaría más sutil y calaría mejor si los pensamientos de ella intentaran adivinar qué le sucede a aquel hombre, en lugar de decirlo desde su punto de vista con un cambio injustificado.
Un saludo, espero que no te molesten las observaciones pues están hechas con la intención de ayudarte a mejorar :)
Muchas gracias Alejandro por tus interesantes observaciones, las agradezco mucho. Totalmente de acuerdo sobre la repetición, justo intentaba transmitir la angustia sin darme cuenta de que debería hacerlo mostrando. Lo apunto.
ResponderEliminarRespecto al segundo comentario, en principio el relato está explicado por un narrador externo que explica lo que le pasa a Elena y a Javier. Supongo que si me comentas que hay un cambio de punto de vista, es que no queda claro. Intentaré pensar cómo podría re-hacerlo.
De nuevo agradecerte tus comentarios, justo para compartir y aprender he publicado el blog.
Te animo y me encantará que sigas leyendo mis relatos y si te apetece que te hagas seguidor del blog, estaré encantada de saber tus opiniones al respecto. Soy de las que pienso que a escribir se aprende, aparte de leyendo, escribiendo y recibiendo las aportaciones desinteresadas otras personas.
Saludos y feliz año
A mí me ha gustado el tema. Eso de no existir,
ResponderEliminarEstoy también de acuerdo con Alejandro en lo de la reiteración; sobra un poco la parte central, pero si ese es tu estilo... sigue así.
Enhorabuena.
Gracias Victoria. Me alegra que te haya gustado.
EliminarAún no sé cuál es mi estilo, estoy aprendiendo y vuestros comentarios me ayudan y animan.
Me encantará saber tu opinión de los otros relatos que he escrito.
Saludos
Una vez leí que solo existimos mientras alguien nos recuerde, kuego nos desvanecemos y abandonamos este mundo para siempre. La idea me pareció desoladora, de ahí mi afán por petpetuar mis recuetdos a través de la fotografía en mis hijos, pensé mirarán las fotos, las compartirán con sus hijos y sus nietos y éstos a la vez con los suyos, una idea romántica, lo sé, pero me consuela.
ResponderEliminarLo mismo ocurre cuando uno pierde su identidad, es terrible, pierdes la conexión con los tuyos, con tu mundo y no existe razón para existir. Es un tema que me ha tocado miy de cerca y quebme aterra.
Por ello el relato me ha parecido igual de angustioso e inquietante, muy bien llevado, y para mí, nada reiterativo
Muchísimas gracias Yolanda por tu comentario.
EliminarEstoy totalmente de acuerdo con tus palabras, ese miedo a perderse en algún lugar donde nada parece existir.Es aterrador. Javier el protagonista siente ese miedo, no sabe quién es y cuando alguien lo reconoce se agarra a esa esperanza. Existe porque lo reconocen y lo llaman por su nombre.
Bonita idea lo de las fotos, !cuantos momentos preciosos quedaran plasmados en esas fotos, cuanta vida! No te parece que el amor siempre se recuerda? lo que te han dado, siempre está ahí.
Un abrazo
Me he puesto a leer algunos de tus primeros relatos Conxita, y este especialmente me gustó mucho por la carga psicológica de los gestos que impregna de emociones el texto.
ResponderEliminarHay una confrontación de emociones, por un lado la mujer se desconcierta y asusta cuando el hombre se dirige a ella y le coge la mano invadiendo su espacio vital, y más adelante dejó de algo vio Elena en Javier ¿aire desvalido? Que despertó el instinto protector de Elena y su sentido de la observación.
Sin expresarlo claramente hablas de una enfermedad, la terrible enfermedad del olvido, por medio de un encuentro casual, y has hablado muy bien del miedo que tiene que sentir un ser humano al dejar de reconocerse como tal y la necesidad imperiosa de que los demás le den una “personalidad”
Te iba a pasar un archivo con los signos de los diálogos, pero recordé que el relato actal que leí de la casa embrujado los signos estaban perfectos, a mí también me pasaba al principio, no los utilizaba bien hasta que alguien me ayudó a corregirlo.
No sé si es una tónica en tus relatos, el dejarlos abiertos a interpretación, a mí eso me encanta, que no me mastiquen las historias.
Te felicito de nuevo compañera. Hasta pronto.
Hola Tara
EliminarMuchas gracias por esta relectura de uno de mis primeros relatos. Hace un par de meses con motivo de los dos años del blog, retomé un par de relatos del principio a los que les tenía un especial cariño por lo que significaban, me costó hacerlo porque cuesta elegir incluso a una misma y vi los errores de los signos de los diálogos que entonces no sabía utilizar pero decidí dejarlos igual porque no quería perder los comentarios si actualizaba el relato, no domino mucho esto del blog aún. Gracias por la propuesta porque en esa corrección es cuando aprendemos.
Respecto al relato, es tal y como tú los has dicho estoy hablando de una enfermedad terrible y muy triste porque se lo lleva todo, el olvido. Elena siente miedo ante lo que no se conoce y al mismo tiempo, esa ternura, ese instinto que bien comentas, por la persona que necesita que la reconozcan, que no quiere perderse y está con él tranquilizándolo, conociéndolo como él necesita.
No sé si siempre dejo abiertos los relatos, supongo que como tú me gusta sugerir y que cada cuál le ponga la interpretación que quiera, a veces sale bien y otras cuesta pero se trata de aprender y en eso estoy.
Muchísimas gracias por tu comentario y por tus observaciones tan acertadas. Un placer que estés por aquí.
Saludos
Dios mio que ansiedad, desazón cumulo de sensaciones misteriosas y terribles tienen que sentirse cuando uno se encuentra tan perdido.
ResponderEliminarEs una historia mu emocional, un saludo sincero amiga.
Gracias Carmen.
EliminarEse pobre hombre se ha perdido en su mente y necesita que lo reconozcan, que le digan que sigue siendo él. Ella, a pesar de su miedo, se da cuenta e intenta tranquilizarlo.
Terrible lacra la de una enfermedad penosa y muy triste que roba los recuerdos.
Un beso
Opino que la soledad no elegida es terrible, y a mí que tanto me gusta la soledad, cuando me voy por ahí solo me llena aunque sólo sea la sonrisa de alguien desconocido.
ResponderEliminarSer alguien es ser algo y ser alguien sólo se reconoce desde fuera y es vital. Sé lo que digo.
He leído los comentarios y me gusta cómo encajas las correcciones, guarda ese valor, no está de moda.
Un abrazo.