Lo suyo no había
sido un amor de impaciencia, no había surgido en un instante, no había habido
ni chispa ni primeras impresiones ni por supuesto amor a primera vista.
Lo
suyo, había sido, si se podía llamar así,
un amor de largo recorrido, de muy largo recorrido. Un amor de
contradicciones y desapariciones, un amor que llenó de esperanza la
desesperanza.
Manuel aún
recordaba la primera vez que la vio. La odió casi en el acto.
- Manuel – su mujer estaba entusiasmada -
quiero presentarte a Nana. - Los tres se miraron. - Nana este es Manuel.
Ella era
entusiasmo, vitalidad, juventud y optimismo. A su alrededor, un remolino de
risas, alegría, rizos oscuros y enormes ojos marrones. Ella era vida,
desbordante y extenuante, que compartía
con los otros, sin pizca de egoísmo ni de maldad. Él estaba agotado y rabioso contra el mundo.
Manuel, en aquel
instante, ya supo, de manera inconsciente, que su vida iba a cambiar. No le
apetecía lo más mínimo pero sabía que no había opción, era sí o sí. Esa
certidumbre consiguió aumentar aún más su inquina por la nueva.
Lucía su mujer, la
adoraba. Cuanto más la quería ella, más resentimiento se generaba en él. Le
resultaba difícil explicar por qué sentía ese odio visceral hacía ella. Quizá
fuera su desbordante vitalidad, su juventud o todo ese ruido que siempre la
precedía, Manuel no sabía qué era, simplemente le molestaba que ella estuviera.
No la quería allí, no la quería compartiendo su vida, o mejor, lo poco que
quedaba de su vida.
El tiempo ganó una pequeña batalla y se adaptaron a una rutina. Manuel la ignoraba y ella se empeñaba en seguirlo por todas partes. Había decidido que no quería quererla, que no necesitaba una presencia nueva en su vida, quería seguir como siempre, concentrado en su día a día, viviendo el presente, con miedo al futuro.
La enfermedad de
Lucía entraba en su fase final, los médicos les dijeron que era cuestión de
días, a lo más un mes. Se moría y Manuel quería concentrarse en ella, en
devolverle todo el amor que ella le había dado.
No estaba preparado
para vivir solo, no creía poder resistirlo, no pensaba hacerlo. Su mujer lo
conocía e insistía en que Nana lo acompañara, que estuviera a su lado. Sabía
que él llevaba mal la soledad, que no quería vivir sin ella y Lucía no estaba
dispuesta a eso. Pensaba luchar otra vez por él, como había luchado después de saber
que nunca tendrían hijos. Manuel los deseaba con vehemencia, no creía ser una
familia sin hijos. No había podido ser. Habían hecho muchos intentos y no
habían llegado. Finalmente se rindieron a la evidencia: no tendrían hijos, se
tendrían el uno al otro y vivirían para amarse. Así habían compartido la vida:
aprendieron a comprenderse sin palabras, sólo con una mirada; a tolerar las
imperfecciones y los defectos, a ser desinteresados y anteponer los deseos del
otro…y habían sido felices.
Ahora todo tenía
que cambiar. Nana había llegado a casa para evitar que él se dejara morir de
tristeza. Nana lo ayudaría.
Cuando Lucía se
fue, Manuel se hundió. Ella había sido su mundo, su razón de luchar, su día a
día. Se sintió solo muy solo. A su alrededor todo era negro y oscuro. Nada era
importante, nada tenía sentido. Manuel sólo quería pasar las horas en un sillón
mirando una televisión que no veía, preguntarse por qué ella ya no estaba allí,
por qué el mundo no se daba cuenta de su tristeza, por qué todo continuaba sin
ella.
Se sentía
desvalido. Las horas se hacían días y los días eran un sinfín de tiempo sin
sentido. Pero Nana estaba allí y le insistía en moverse, en salir, en vivir. Él
no quería pero ella no lo dejaba, una y otra vez lo obligaba a vivir. Manuel se
enfadaba, pero al final hacía lo que ella quería. Nana reclamaba constantemente
su atención, de forma insistente, no cejaba en su empeño hasta que él no se
movía. Ella lo obligaba a levantarse, a moverse, a comer, a salir a la calle.
Todo era un esfuerzo pero Nana lo obligaba.
Y poco a poco,
Manuel empezó a descubrir que la vida seguía. Olvidó el rencor y aprendió a
mirar sin resentimiento. Se dio cuenta que había vivido, que había amado y
había sido amado, aprendió que es mejor amar y perder que jamás haber amado.
Manuel pudo
reconocer el último regalo de su mujer, al poner en su vida a aquella chispita
de entusiasmo y de vitalidad que era la
perrita Nana.
Manuel pudo, al
fin, reconocer que él también la quería.
Conxita.Casamitjana
Unsplash by Rula Sibai Código: 1412182801860
Final inesperado. Una historia de amor y de pérdida...La vida misma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me quedo por aquí.
Gracias.
EliminarSaludos
Hola!!! Me ha gustado mucho el relato ^^
ResponderEliminarMe quedo por aquí ^^
Un beso!!!
Muchas gracias Sara por tu comentario.
ResponderEliminarBienvenida!
Seguimos "leyendo-nos"...
Saludos
Magnífica historia, estupendamente contada. Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Se agradecen estos comentarios que animan a escribir.
ResponderEliminarSaludos
La vida dura o mejor dicho: la vida tal cual. El personaje que más llama la atención paradójicamente en esta historia es Nana. Y no hace más que ser ella misma, con su esencia noble de animal.
ResponderEliminarUn beso, Conxita.