- ¡Dios mío que he hecho!
Volvió a observar a su alrededor y allí, caído
al lado del sofá, estaba él. Amalia miró al hombre conocido, el hombre con el
que había compartido amores y terrores, con un suspiro volvió a examinar sus
manos. No entendía qué había pasado, pero lo cierto es que esta vez era él el
que yacía en el suelo, inmóvil y no
ella, como siempre.
- Parece dormido, casi como si fuera un chiquillo… vuelve a ser él.
Su
corazón se encogió al vislumbrar en el hombre caído, a aquel que la había
enamorado, al padre de sus hijos.
Amalia
asustada, horrorizada por lo que había hecho, recordaba los comentarios
morbosos en la televisión, que una y otra vez se repetían, sobre la violencia
doméstica. Con una mueca irónica se preguntó qué dirían de ella. ¿Enajenación
mental transitoria? ¿Defensa propia? ¿Peleas y maltratos conyugales? Odiaba
saber que estaría en boca de todo el mundo, pero no había ninguna posibilidad
de cambiar lo que había hecho, había matado a su marido. No conseguía entender
por qué hoy había sido diferente, por qué hoy no había permanecido encogida
intentando sobrellevar los golpes, sin ruido para que los niños no la oyeran-como
decía la canción-, no podía entender qué era lo que hoy había hecho que fuera distinto.
Era una
noche más de las de siempre. Juan había salido de fiesta con sus amigos, Pedro
y Lolo, ¡cómo los odiaba! Creía que ellos eran los culpables de todo lo
que hacía Juan, primero en los bares y luego con ella.
Se
engañaba.
Juan
había salido de casa con prisa, casi sin mirarlos, como si lo molestaran.
Amalia en la cocina, recogiendo los cacharros de la cena, se había encogido al
oír el golpe de la puerta de la calle. En una muda súplica, alzó los ojos al
cielo. “Espero que hoy no beba demasiado”.
Sabía
lo que pasaría cuando él volviese. Juanín, su hijo había corrido a abrazarla,
como si hubiera olido su miedo. Amalia acarició el cabello de su hijo, se
agachó a su lado y lo besó en la mejilla.
- Anda hijo ve a poner una película que, María, tu y yo, nos sentaremos a verla.
El niño miró a su madre, sus
ojos fijos en los de ella y sin palabras se comunicaron su miedo.
A
Amalia le había parecido una buena idea la de sentarse los tres juntos,
intentando olvidar el terror, intentando, desesperadamente, esquivar la tensión
que los embargaba cuando oían el ascensor subiendo, los sobresaltos al oír una
puerta, la que fuera!
Poquito a poco, se
habían ido relajando, casi olvidando que Juan iba a volver. La película, una
comedia ligera, había conseguido arrancarles carcajadas, quizá un poco
excesivas, producto de la tensión que siempre había en esa casa.
Amalia
abrazada a sus hijos intentaba no pensar en las humillaciones, en los golpes,
en los desprecios continuos que sufría, acariciaba a sus hijos y pensaba en cómo
los quería.
De
repente, mucho más pronto de lo que era habitual, se había abierto la puerta de
la calle. Los cogió de sorpresa, desprevenidos y sus carcajadas se helaron en
las bocas. La tensión agarrada a sus columnas, casi sin atreverse a respirar.
Amalia recibió con miedo la mirada desenfocada de Juan, su rabia al verlos
reír. Era evidente que no había tenido suerte con las cartas y que venía
borracho. Esta vez sus risas lo habían sacado de quicio y había encontrado
culpables a quien castigar.
Amalia,
de un salto se levantó del sofá y empujó a sus hijos, con urgencia, hacía la
habitación. Casi sin tiempo, recibió la primera andanada de insultos y golpes.
Juanín empezó a llorar, al tiempo que María suplicaba a su padre que no pegara
a mamá. Juan los ignoró y volvió a insultarla a ella y a sus hijos. Amalia
obligó a los niños a entrar en la habitación, no estaban seguros, cerró la
puerta y se enfrentó con aquel desconocido enfurecido. Algo en su actitud,
distinta, quizá menos asustada, menos resignada, quizá dispuesta a luchar… hizo
que el hombre por un momento se desconcertara. Solo fue un segundo,
inmediatamente empezó a escupir insultos cobardes y palabras hirientes y
despreciativas, al tiempo que la iba arrinconando en una esquina mientras la
cogía del cabello arrancando gritos sofocados de dolor.
Amalia,
siempre en silencio, se revolvió, no sabía que le pasaba pero no podía seguir
aguantando aquel infierno. ¡Basta!, había decido que aquello no podía seguir. Ya
no amaba a aquel maldito cabrón en que se convertía Juan. Ya no podía aguantar
ni un golpe más, ni un insulto ni un reniego sobre sus hijos. Hoy estaba
dispuesta a morir peleando, ni una patada ni un puñetazo más.
Sus
manos se deslizaron angustiadas, casi sin fuerza, sobre el mueble en el que intentaba
protegerse de los golpes de él. Temblorosa, buscando algo para defenderse,
jadeando de angustia, y de repente, allí estaba, la horrorosa figura de mármol de Carrara que les
había traído Susana, la hermana de Juan, de un viaje. Sus manos asieron la
figura, intentó sujetarla con fuerza y mientras él apretaba sus ásperas garras
en su cuello. Ella alzó la figura y sin pensar, la dejó caer con todas sus
fuerzas sobre el cráneo de él. Fue inmediato, el ruido ensordecedor le hizo
pensar que algo había explotado. Los ojos nublados de Juan mirándola, la fuerza
de sus manos desvaneciéndose, la libre circulación de aire de nuevo en su
garganta haciéndola toser y la sangre que empezaba a caer. Juan la soltó y se
llevó las manos a su cabeza. La miró desconcertado, cada vez había más sangre, cayó
de rodillas mientras la vida se le escapaba por las heridas causadas.
Balbuceaba asustado, olvidada toda su bravura, dándose cuenta de que se iba, de
que se estaba muriendo, boqueaba como un pez asustado sin oxígeno. Por un
momento, pareció volver de entre las brumas etílicas y miró a su mujer que no
hacía nada para ayudarlo. Esbozo una mueca, se diría que casi con remordimiento
y aceptación, al tiempo que susurraba: ¡lo siento Amalia, cuanto lo siento!
Cayó
como un fardo. Todo estirado tan largo como era, justo al lado del sofá, ahora
manchado por su sangre. Amalia miró sus manos también rojas de la sangre de él,
observó la figura que aún estaba en sus manos y con un quejido la dejó caer.
-¡Dios mío qué he hecho!
Cerró
los ojos, aspiró aire y ahora sí, con una última mirada al muerto, se dirigió
al teléfono para avisar a la policía. Mientras los esperaba, se limpió las
manos, esbozo un gesto que quería ser tranquilizador y entró en la habitación con
sus hijos.
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foto Unsplash by Volkan Olmez
Conxita
foto Unsplash by Volkan Olmez
Me ha gustado mucho, muy real , lleno de violencia y tensión. Provocas mucho rechazo y desasosiego. Escribir sobre estas situaciones que ocurren a diario es necesario, que sirva de denuncia.
ResponderEliminarYolanda
Muchas gracias.
EliminarQuería describir justo esas sensaciones.
ResponderEliminarUn relato que magnífico que te hace sufrir un poco con Amalia. Un buen día para leerlo.
ResponderEliminarMuchas gracias Púrpura por tu comentario.
EliminarEspero haber podido transmitir la angustia y desesperación de Amalia y el por qué hace lo que hace.
Desgraciadamente muchas Amalias siguen sufriendo en silencio.
Aunque fuera ayer, feliz día de la mujer.
Saluditos
Fa temps que segueixo el teu blog i moltes vegades he volgut deixar-te un comentari però no m'he arribat a atrevir mai. Només volia dir-te que trobo els teus relats molt emocionants i interessants. Espero amb ànsies els pròxims.
ResponderEliminarUn petó,
Irene
Moltes gràcies Irene per les teves paraules, per mi és un plaer que el segueixis i que t'agradin les histories que explico.
EliminarM'encanta escriure, però sobre tot m'agrada saber les vostres opinions. Com deia en un apartat de la presentació del meu blog, als "escritors", també als que comencen i estem aprenent (entre els que m'incloc) el que més ens agrada es saber què penseu dels nostres relats, compartir opinions, que ens digueu això que són emocionants, interessants...això, a mi em fa feliç.
Moltisimes gràcies i espero, sempre que et vinguin de gust, els teus comentaris, atreveix-te...és un gran plaer, i són molt ben rebuts. Clar que si!
Un petonàs
Muchas gracias Irene por tus palabras, para mi es un placer que sigas y que te gusten las historias que explico.
Me encanta escribir, pero sobre todo me gusta saber vuestras opiniones. Como decía en un apartado de la presentación de mi blog, a los "escritores", incluso a los que empiezan y están aprendiendo (entre los que me incluyo) lo que más nos gusta es saber que pensáis de nuestros relatos, compartir opiniones, que nos digáis si son emocionantes o interesantes, esto a mi me hace feliz.
Muchísimas gracias y espero, siempre que te apetezca, tus comentarios, atrevete, és un gran placer y son muy bien recibidos. ¡¡Segurísimo!!
Un beso
Normalmente no comento este tipo de textos porque se ciñen a estereotipos y porque generalizan de una manera demasiado injusta. Pero te voy conociendo y no me das la impresión de llevarlo por ese lado.
ResponderEliminarLos maltratadores son unos hijos de puta, así de claro, eso lo primero.
Respecto al relato, has descrito tan bien algunas escenas y sensaciones que sólo espero que no hayas tenido que pasar por ello, a mí me trae recuerdos difíciles, aunque no son para sacar conclusiones.
Un abrazo. O besos, como dices tú ;-)