Eran las 20.30, Pablo cogió el
libro y las llaves del coche, después de dar una última ojeada al recibidor,
cerró la puerta con suavidad, intentando no hacer mucho ruido. Ya en la calle,
se dirigió a su coche, un anodino utilitario de un color azul oscuro.
Conducía despacio, no tenía
prisa. A su alrededor todos parecían ir muy acelerados, él no. Al llegar a su
destino, redujo la velocidad, intentando decidir dónde estacionar. Aún era
pronto y aquel descampado estaba ya muy concurrido.
Lentamente condujo hacía un extremo, su favorito, frente al mar. Se situó al lado de un coche ya
aparcado y ocupado por una pareja. Era un Volvo, impecable,
aunque ya con algunos años.
Apagó el motor. Encendió la
luz y sacó su libro, aunque nunca leía ni una línea, siempre lo llevaba encima. Se relajó y miró a su alrededor,
fijándose, ahora sí, en la pareja del volvo. Se besaban. Se besaban
apasionadamente o lo habían hecho hasta escasos segundos antes. Su llegada los
había importunado, parecían esperar a que él saliera del coche para seguir.
Pablo casi sonrió. “Menuda decepción iban a tener”.
El hombre estaba muy pendiente de
sus movimientos. La mujer sólo se giró un instante para observarlo, un vistazo
rápido, seguramente respondiendo a un comentario de su pareja. Fue tan fugaz
que, de hecho Pablo casi no pudo distinguirla. A continuación, su atención
volvió de nuevo a su acompañante. Giró su cuerpo dándole del todo la espalda,
él sólo le veía la melena larga y oscura. En cambio, sentía la mirada feroz y
cada vez más irritada del hombre que parecía molesto, muy molesto por la
interrupción que se alargaba y que no acababa de entender. Pablo casi podía
escuchar “por qué no te largas a otro lado mirón”. Desafiante, él seguía con su
rutina, encendida la luz y el libro sobre su regazo.
La mujer morena acariciaba la
cara del hombre y sus labios se encontraban hambrientos. Abrazos apasionados.
Bocas entrelazadas, ávidas de deseo, sexo, vida.
Pablo notaba la desazón del
hombre y la indiferencia de la mujer.
Su mirada seguía fija en la pareja.
A veces se preguntaba ¿por qué
estaba ahí?, ¿por qué iba? Lo ignoraba, simplemente iba. “Sólo estoy,
no molesto a nadie”, se respondía a sí mismo.
Cada noche intentaba adivinar las
historias de las parejas que lo acompañaban en los coches cercanos. Los había
exhibicionistas, a los que notaba que les gustaba ser observados. Los había
indiferentes, ni se percataban de su presencia. Los había que no resistían su
mirada y se marchaban enseguida, tímidos y quizá hasta avergonzados. Los había
enfurecidos, a los que les molestaba y le lanzaban miradas coléricas y en alguna
ocasión, hasta bajaban del coche y se acercaban al suyo amenazantes. En estos
casos, él prefería marcharse, no quería problemas. Pero eso pasaba pocas veces,
las parejas no querían líos.
Aquella noche, como cada noche,
se preguntaba sobre la pareja de turno. Cada pareja llevaba una historia escrita y la
escribía también en ese momento.
Los contemplaba. Y de nuevo, sus
ojos se encontraron con los del hombre, enojados. Leyó en sus labios las
palabras que le decía a la mujer, aunque no las escuchaba: “¿Este capullo no
tiene más sitio para aparcar?” La mujer, apaciguadora, le acarició el cabello y
distrajo de nuevo su atención. Pablo se percató que ella le acariciaba la cara,
dulce, tierna y que dibujaba sus labios con un dedo que introdujo de forma
provocadora en su boca. Pablo se recreó mirando como él lo lamía y ambos se
deleitaban en esa caricia, promesa de muchas otras que estaban por venir.
A Pablo le gustaba mirar, sólo miraba. No se
excitaba ni se masturbaba. Simplemente se sentía vivo por estar ahí. Se sentía
parte del mundo y estaba acompañado. Le gustaban las sensaciones que el sexo
producía en las personas, la desinhibición, la libertad, el deseo salvaje.
Había tanta pasión, tanta vida, tanta excitación en esas parejas que
disfrutaban del sexo, que él por unos momentos se sentía vivo.
Allí no había normas. Nadie podía estar y todos
podían estar. Nada era lo que parecía y todo era lo que parecía.
Le gustaba adivinar el por qué de
su presencia allí. Cada tarde, cada nueva pareja, era una historia que
imaginar. Ahora lo intentaba con ellos. ¿Por qué estaban allí en un parking? ¿Por qué no en un hotel? ¿A dónde iban? ¿Qué buscaban o de qué se
escondían? ¿Cuál era su historia? ¿Eran amantes? ¿Compañeros de trabajo? ¿Un
ligue ocasional? Nunca sabía las respuestas, sólo había preguntas. No le
molestaba no tener las respuestas, no formaba parte del juego saberlo.
Aquella vez, se percató de
que tal vez su mirada había sido excesiva. Para su disgusto, vio cómo la
pareja, molesta del todo, se incorporaba, se ponían los cinturones y después de
que el hombre le lanzara una última ojeada enfadada, el Volvo se alejó.
Pablo suspiró. Odiaba cuando
aquello pasaba. No le gustaba molestar a las parejas, no quería importunarlas,
simplemente quería contemplarlas.
Desde siempre le había gustado
esa sensación de vida que producía el sexo y con frecuencia se acercaba a atisbar
a parejas. No sabía si, como ahora decían, eso era ser un voyeur. No le
importaban las etiquetas, simplemente le gustaba estar y mirar.
Cuando su madre vivía, lo hacía
esporádicamente, muy de tanto en tanto. Aprovechaba cuando ella se iba a algún
viaje con sus amigas del IMSERSO. Sabía que ella no lo entendería, ni le
gustaría y probablemente insistiría en comentárselo todo al Dr. García, su
médico de cabecera y casi confesor. Y él, no estaba dispuesto a compartir su
afición con nadie.
Después de la muerte de su madre,
hacía ya un par de años, aquella afición se volvió una necesidad. Se sentía
sólo y apagado. Necesitaba aquellas miradas a lo ajeno, sentirse parte de la
vida y se había convertido en una actividad diaria.
Pablo no movió el coche, sabía
que no tardaría en tener a una nueva pareja aparcada al lado. Sin embargo, de
momento su pensamiento seguía en la pareja que acababa de marcharse. Adivinar la
relación que tenían o que él imaginaba que tenían, las razones que los llevaban
a compartir sexo en un aparcamiento al aire libre de la ciudad, era casi tan
importante cómo imaginar sus jadeos y su disfrute.
Cada día pasaba en aquel
descampado cerca de un par de horas y compartía la pasión de muchas parejas. Era
un gran experto, casi podía adivinar con total certeza qué tipo de sexo estaban
practicando y si la pareja que tenía al lado sólo tontearía o finalmente acabarían
haciéndolo. No le molestaba si eran hombres o mujeres, sólo quería saber que a
su lado había sexo. Coches empañados, movimientos excitados, alguna vez, el
vislumbre de algún cuerpo y el saber lo que pasaba allí, justo a su lado. Eran
horas de práctica pero jamás había conseguido excitarse. Era otra su necesidad,
era compartir, sentirse vivo.
Un Renault Clio aparcó a su lado.
Pablo, satisfecho, miró a la pareja. Ni se habían percatado que él estaba,
habían empezado a devorarse y olvidó al hombre enfadado y a la mujer morena del Volvo mientras intentaba adivinar la nueva historia.
Conxita
Muy buen relato, Conxita. Lo que más me gusta es que sugiere más que muestra y eso es un signo de madurez literaria. Sin decir, dices mucho. Felicidades por haber conseguido conmoverme. Ah, y los personajes están bien conseguidos ;) Un saludo!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Alejandro por tu tiempo y por tu comentario,
ResponderEliminarMe encanta saber que El mirador ha conseguido llegarte y conmoverte. Eso es fantástico. Quería transmitir en mi relato, una cierta "ternura" por un personaje tan solitario, oscuro y triste que vive en los otros. Quería que este personaje un tanto peculiar, ser capaz de poder mirarlo desde otro punto de vista, no solo desde lo que hacía.
Pablo, es mi primer protagonista masculino y tenía la dificultad añadida de hacerlo creíble descrito desde el punto de vista de una mujer. Me tranquiliza ver que no lo he "feminizado".
Saludos
Me ha gustado la historia. Cada persona vive su soledad como puede. Te das cuenta de que no se puede juzgar a nadie y que sabemos muy poco de los que nos rodean.
ResponderEliminarBien narrada
Muchas gracias por tu amable comentario. Tienes razón que no podemos juzgar a nadie. Pablo, aparentemente es un voyeur, pero las etiquetas poco importan, lo único que vemos es que es un pobre hombre muy solo.
ResponderEliminarQue tengas un feliz día.
Saludos
Me ha gustado mucho, estoy totalmente de acuerdo en k es preferible sugerir que mostrar todo de una manera más desnuda, así nos dejas espacio a la imaginación. Una historia narrada de forma muy natural. Felicidades
ResponderEliminarGracias Yolanda, me alegra mucho que te haya gustado el relato.
ResponderEliminarEn esta historia hay muchas historias por explicar, tantas como cada uno de nosotros queremos imaginar. Eso es lo que hace Pablo, intentar adivinar esas historias y aunque no sabe las respuestas, eso no forma parte de su juego.
Realmente, ¿qué sabemos de las personas de nuestro entorno? ¿conocemos a nuestros vecinos?
Un abrazo
En cuanto a la historia, me parece muy bien contada, tan bien contada que parece en primera persona y por parte de un hombre. En cuanto a los comentarios yo no los comparto mucho, valoro demasiado la intimidad y la discreción y me molestan los que la atropellan. Por otra parte, es cierto que no podemos juzgar quienes seríamos juzgados mil veces, pero no existiría el objeto del juicio si no existe un hecho, y ese hecho, independientemente de sus circunstancias, invade el territorio de los demás.
ResponderEliminarNo conocemos a nuestros vecinos, sólo la cara que nos muestran, creo que a ciertas alturas todos nos hemos llevado enormes sorpresas, y todavía recuerdo a una conocida "mojigata" soltándose a fuego en un boys. En su día tuve un trabajo en los mundos del espectáculo y en ese contexto podría contar historias sin parar, pero mejor me callo porque nadie las escucha ;-)
Un abrazo.