Lo que hacemos y lo que somos

"Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos". 

Eduardo Galeano

Pilar colocó la plancha de viaje, cerró la maleta y con una sonrisa introdujo el 666. ¡Ese viaje! Pasaba el tiempo y le seguía costando tomar decisiones. Demasiados miedos, demasiadas cicatrices. ¿Y si…? ¿Me equivoco? ¿Me duele? ¿Me dañan? Y se le iban escapando las oportunidades. Había dudado mucho y sí, decidió que era mejor equivocarse que seguir pensando en lo que podría haber sido.

Y allí estaba ella, camino de su primer crucero y de su primera vez después de ocho años. Cruzó los dedos. El mensaje en el móvil atrajo su atención. «Te recojo en una hora». Suspiró.

                                                                             

Alejandra llamó al taxi, su maleta iba casi vacía. Le encantaban esos grandes transatlánticos y sus tiendas. Se encontraría con René en Marsella. No había querido que él volara a su ciudad, le gustaba eso de un amor en cada puerto, disfrutaba del reencuentro, ese emocionarse como la chiquilla que ya no era, sentir el cosquilleo nervioso y la pasión. ¡Qué rápido se gastaba todo!

Esa vez hacía muy buena pinta. Pero eso mismo se dijo la vez anterior y la otra. Con una sonrisilla traviesa se dijo que mientras no acertaba, al menos lo pasaba bien. Sonrió coqueta. Le gustaba tanto enamorarse. «Nos vemos mañana».

Carla iba de un lado a otro, ponía y sacaba ropa. Era su primer crucero y estaba deseando subir al barco. Alexia, su mejor amiga, lo había hecho el año anterior y le había contado maravillas de ese viaje. Iba a hacerse un montón de fotos. Ella quería ser una gran instagramer y tener muchos seguidores. «Salimos a las cuatro para el puerto. ¿Te recogemos?»

Ricardo apretujó la ropa y aún le faltaba colocar todo lo que había encima de la cama. Cuatro pantalones largos «para las cenas». Dos bermudas «para las excursiones». Un jersey grueso «por si refrescaba». Un jersey delgado, «para la brisa de las tardes». Un impermeable «por si llovía». Los enseres de aseo y el botiquín con esos medicamentos que no hacían más que aumentar. ¡Uy! ¡Y los libros!¿Cómo lo hacía Marina? «Descarta cosas o coges la maleta grande». Se acercó al armario con una sonrisa triste mientras sacaba una mayor.

El móvil sonó. Suspiró. «Vaya manía con los mensajes. ¿Por qué no llamaban?» Con sus dedos poco ágiles y gruesos escribió. «Nos vemos allí.»

Alejandra miró a su alrededor. Le gustaba viajar sola. Su mirada se encontró con la mujer del vestido celeste que forcejeaba con su pareja sin soltar la maleta. Una mujer con carácter. Le sonrió al ver que él por fin se rendía.

A su lado un hombre bajó del taxi con una enorme valija. Sin tiempo a nada se acercó corriendo una chiquilla muy rubia seguida de cerca por una mujer más mayor que sonreía.

—¡Abuelo!

La niña lo abrazó y Alejandra sintió que se le contagiaba la emoción de ambos.

—¡¡Pilar!!! ¡Pilar abre!

Los golpes en la puerta del camarote la irritaron. ¡Cuatro días y aún faltaban seis! Suspiró. Estaba harta de él, no lo aguantaba ni su charla insulsa, ni su curiosidad ni su control. A todas horas estaba a su lado, preguntando con quién hablaba, qué hacía, a quién sonreía. ¿Qué se había pensado ese hombre? Ni siquiera los dos días que había pasado mareada en el camarote la había dejado tranquila.  

Se conocían desde hacía un año. Le parecía un buen hombre, aburrido pero inofensivo y echaba tanto de menos que la abrazaran que se había dejado convencer para ese viaje. Pero no iba a permitir que nadie más la controlara, su exmarido había sido una pesadilla con sus celos y números en público que la avergonzaban. ¡No! No había soltado lastre para volver a cometer el mismo error ni siquiera por acompañar su soledad. Lo ignoró y siguió con su libro.

Carla era agotadora pero estaba tan feliz que se alegraba de haber seguido con el viaje. Se lo prometió Marina. La echaban tanto de menos. Sus compañeros de mesa eran muy agradables y especialmente una lo hacía sonreír de una manera distinta aunque a ratos eso lo hacía sentir mal. ¿Qué pensaría Marina?

René subió en Marsella con ganas de recuperar el tiempo perdido como le dijo a Alejandra nada más verla pero para ella las mariposas ya habían volado. Cuánto más quería él, menos quería ella. Afortunadamente siempre había sido una gran marinera.

Aunque sus paseos por la galería estaban siendo muy productivos estaba deseando desembarcar en Nápoles y acercarse hasta Capri. Ella sola.

Pilar salió de su camarote a toda prisa. Había quedado con Ricardo para ver un espectáculo. Se sentía bien con ese hombre silencioso que estaba pendiente de los caprichos de su nieta adolescente. Sus silencios no la asustaban tampoco sus dudas ni los espacios que dejaba. Compartía sus miedos. Le había contado que enviudó hacía casi un año y ella que la soledad acompañada era mucho peor que estar sola.

Alejandra sonrió a Max. Lo había conocido en la piscina mientras tomaba un Martini «con un par de olivitas, guapo» como le había pedido al camarero. Seguía llenando la maleta con esas oportunidades que solo se lo parecían a ella y allí en la zona de tiendas, lo volvió a encontrar. Pobre hombre estaba aburrido. Su acompañante llevaba dos días mareada en el camarote.  Le ofreció sus pastillas pero él las rechazó con un «ya se le pasará» que era lo mismo que ella pensaba de René. Después se tomaron otro Martini y esta vez él le recordó al camarero que «la señora quería dos olivitas y pon una más de propina». Las risas habían sido muy cómplices.

Era un hombre muy amable, le gustaban tanto comprar como a ella y casualmente parecían encontrarse a todas horas.

El crucero llegaba a su fin.

Carla recogió a sus dos nuevas amigas aún faltaban unas horas y querían aprovecharlas al máximo. Se había hecho un montón de fotos pero como no tenía conexión a internet no había podido publicarlas pero no le importaba. Habían quedado en la piscina con unos chicos.

Pilar tomaba un té helado de frutos rojos con Ricardo que se había olvidado del jersey para el fresco y ni siquiera tenía frío. 

Alejandra había desembarcado en Nápoles con Max y René seguía en el camarote recuperando fuerzas para... volver a su ciudad.